El futbol depende de complicidades. No se llega a ser el mejor equipo de un circuito sin la forma en que viven los partidos miles de aficionados. Aunque algunos necesitan malos ratos para probar de qué están hechos, otros siguen dispuestos a todo para hacer historia. Cruz Azul lo consiguió ayer en el estadio Ciudad de los Deportes.
Acostumbrado a sufrir caídas insólitas en pasadas liguillas, La Máquina jugó con el riesgo de verse alcanzado en los últimos minutos del partido por el Monterrey, pero cambió el desenlace ya conocido para llegar a la final de la Liga Mx a pesar de la derrota (2-1, 2-2 global).
Fue como ver en un mismo equipo la misma batalla contra sus peores recuerdos: el nómada contra el sedentario, la estirpe del lobo contra la oveja, el rey que un día olvidó cómo ponerse la corona y abandonó el trono. Si existe más de una diferencia respecto a ese pasado, la mayoría remite a cuestiones básicas. Este plantel está dispuesto a ganar a cualquier precio. Sólo eso explica por qué dejó de pensar en jugar de manera colectiva, para invertir todos sus esfuerzos en individualidades.
Para las más de 33 mil personas que se dieron cita en las gradas, el marcador en la ida (1-0) sirvió de estímulo. Aprendieron a competir también desde ahí contra rivales que antes lo superaron. Primero Pumas, luego el Monterrey.
El 1-0 de Ángel Sepúlveda (minuto 69) generó una alegría al borde del riesgo, porque las bases de aquella jugada estuvieron en la idea de su entrenador, el argentino Martín Anselmi: insistir, competir y construir maravillas con secuencias de pases. Anselmi cambió la forma en que muchas personas veían a sus jugadores en una instancia final.
Sepúlveda, como Uriel Antuna y Rodrigo Huescas, era alguien que aún no despegaba en la Liga, una figura inverificable en el futuro. Ayer se convirtió en el jugador al que más deseaba aplaudir su afición, después de vencer al portero Esteban Andrada.
Rayados no perdió la esperanza de definir mejor, luego de un primer tiempo en el que desperdició más de tres acciones claras en el área de los locales. Sin nada más qué perder, el argentino Germán Berterame consiguió lo que en un principio parecía inimaginable: dos goles en seis minutos (67 y 73) ante una de las mejores defensivas.
Un estadio completo resistió a su favor, hizo sentir como nunca el ¡Daaale, daaale, dale Cruuuz Azuuul! y celebró a lo grande el pase a la definición por el título. La última prueba para La Máquina es imponerse al América en una serie que definirá al campeón el 26 de mayo en el Azteca, como aquella que perdió en el Clausura 2013. Si es verdad que nada es para siempre, la felicidad de otra vuelta olímpica podría estar envuelta para regalo.
A su salida de la charla final con sus jugadores, el técnico Anselmi hizo un breve resumen de lo que significa el pase a la final para todos los que trabajan en Cruz Azul. Las cosas no pasan por casualidad. A veces pongo el ejemplo del avión: Si el avión se está cayendo, el piloto tiene que estar tranquilo. Yo confío a muerte en los jugadores. Si no nos tenía qué tocar, no era. Supimos sufrir una vez más. Pasamos muchas cosas, pero siempre estuvimos fuertes y unidos. El argentino descartó salir del estadio Ciudad de los Deportes, ante versiones que apuntaban a una serie completa en el Azteca contra las Águilas, un campeón al que le queremos ganar, y destacó haber conseguido la clasificación a la Concacaf Copa de Campeones del próximo año.
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