En febrero de 1976, el futuro Nobel de literatura Mario Vargas Llosa propinó un puñetazo a su colega y, hasta entonces cercano amigo, Gabriel García Márquez, también futuro Nobel de literatura, en un auditorio de ciudad de México. Presentaba allí el documental “La odisea en Los Andes”, cuyo guion había escrito. Este versaba sobre la terrible forma en la que se salvaron los sobrevivientes de un famoso accidente de aviación de un equipo uruguayo de rugby. García Márquez, que entonces vivía en México, se acercó a Vargas Llosa con la intención de abrazarlo y espetándole: “¡hermanazo!”. Recibió un golpe en el ojo que lo tiró al piso y casi lo dejó inconsciente. Su agresor exclamó, para justificarse: “¡esto es por lo que le hiciste a Patricia!”. “Patricia” es, claro está, Patricia Llosa, la esposa –y prima hermana– de Vargas Llosa.
¿Qué es lo que Gabo le hizo a Patricia que ameritó semejante desfogue? ¿Por qué Vargas Llosa decidió revolverse de una manera tan brutal contra quien hasta entonces había sido su amigo? ¿Obedeció esta reacción a una concepción pacata y machista del honor marital, una con la que pueden identificarse la mayoría de los latinoamericanos? En ese caso, ¿cómo alguien tan sofisticado y talentoso como Vargas Llosa pudo ponerse a sí mismo en una posición como esta, no solo atrabiliaria sino también primitiva? Y las preguntas pueden seguir: ¿Se debe suponer, entonces, que Gabo trató o logró ponerle cuernos a Mario? y ¿dónde esta sospecha deja a Patricia? Así como varias más.
Jaime Bayly responde tales cuestiones en su última novela, “Los genios”, considerada por él como la mejor de todas las suyas. La obra ha despertado el morbo de los lectores peruanos y de los de otras partes de Iberoamérica. Bayly es un especialista en tal cosa, es decir, en incitar el morbo de su público. Hasta antes de esta novela, lo había hecho fundamentalmente por medio de sí mismo, usando su autobiografía, que es tan heteróclita como descarada, para sorprender, escandalizar y encantar a una amplia audiencia, que disfruta con él al mismo tiempo que lo ve con cierta superioridad moral. Sus relatos, muy a menudo autobiográficos, ya lo hemos dicho, son también autoirónicos y, como la mamá del escritor suele decir, “autodestructivos”. Su ingrediente principal es el cinismo o, quizá, para ser más amable, la conciencia tolerante de las debilidades propias y ajenas. Otra de sus características es cierta crítica e incluso una dosis de inquina para con la élite peruana, de la que Bayly forma parte como un personaje llamativo y contradictorio: políticamente conservador como el promedio de su clase, e incluso líder de las posiciones conservadoras de esta, y al mismo tiempo ácido anotador del carácter provinciano, las ínfulas risibles y el racismo de los limeños de bien. Un escritor que no tiene pelos en la boca y que, si bien no teme burlarse de sí mismo, también lo hace de la sociedad en la que nació, pero en la que no vive ya más, con un espíritu de venganza que rara vez se había expresado de esta manera en la literatura latinoamericana. Obviamente, esto condujo a su excomunión social, al menos dentro de lo que cabe cuando se trata de una celebridad.
El sentido del humor y la gracia de Bayly no se orientan contra las costumbres, como hacen tantos libros latinoamericanos, entre ellos algunos de Vargas Llosa, sino contra las bajezas, las flaquezas y las carencias individuales y colectivas; y parten de que todos somos concupiscentes e indignos de confianza, es decir, humanos.
Este libro es diferente en varios sentidos del resto de la obra de este controvertido escritor. Carece de un narrador en primera persona que tienda a fundirse con el autor, aunque este último se halle de todas formas presente en el relato a través de sus conocidas opiniones antiizquierdistas. Y no está basado en memorias personales, sino en una investigación real que, ha dicho Bayly, duró muchos años. Durante su realización, este se aprovechó de su condición de periodista de televisión para entrevistar a amigos y confidentes de ambos Nobel.
El trabajo se presenta como una novela y por eso, ha reconocido Baily, sí es un “montón de mentiras” como Vargas Llosa anticipó que sería en una entrevista con El País, solo que –añadió– de “mentiras persuasivas”, igual que ocurre con todas las novelas. Sin embargo, en las presentaciones y entrevistas relacionadas con “Los genios”, el escritor-entrevistador ha sacado pecho por la investigación en la que se basó y ha llegado a calificar a su obra como “novela sí, pero novela histórica”. Hacer énfasis en el aspecto ficticio del texto parece ser más una táctica de la casa editora, Galaxia Gutenberg, que, como Bayly ha sido el primero en hacer notar, con este título entró en “terreno peligroso”: no se mete uno con impunidad con el máximo escritor vivo de la lengua española. Más riesgo aún corrió Bayly, que, sin embargo, probablemente ni se la pensó: se ve que está blindado por un formidable cuero de anta.
El breve libro eleva la marrullería a un nivel superior. Es tan suculento y entretenido como esas sobremesas en las que, con parientes o amigos, uno teje y desteje los chismes sobre otros parientes y amigos, siempre y cuando, claro, consideremos a Gabo y Varguitas amigos o al menos conocidos, lo que ocurre con todos los buenos lectores iberoamericanos. También es una bitácora, digamos que desoladora, de un hecho que todos hemos experimentado: la descomposición de una amistad al compás del tiempo que trascurre, amistad que comienza entusiasta y llena de promesas, se enfría por los vuelcos de la fortuna y la aparición de distancias físicas y emocionales, desavenencias y olvidos, y al final se rompe por las microtraiciones que nunca faltan, por el hábito de hablar de los amigos y juzgarlos, y a veces también por el disolvente deseo sexual. El deseo sexual planea sobre todos los grupos humanos, que no siempre saben cómo procesarlo, regularlo y contenerlo. En mi interpretación, la pelea entre Gabo y Mario no se explica por un hecho desafortunado, considerado en sí mismo, sino por un exceso dentro de un proceso de alejamiento sin el cual probablemente no hubiera sucedido. Sin el desliz que Baily conjetura convincentemente, es muy posible que la ruptura no hubiera sido tan grave (Vargas Llosa y García Márquez no volvieron a hablarse más), pero creo que se habría producido igualmente, ya que ambos genios estaban ya un poco cabreados el uno del otro y de su mutua genialidad. En eso, esta pareja de amigos se parece a casi cualquier otra.
Sobre una estructura de referencias históricas y consideraciones librescas, Bayly incorpora, como de costumbre, la sátira. No para satirizar la gran literatura latinoamericana, como podría pensarse; todo lo contrario, a esta la ensalza con abundante zalamería, como se ve desde el título de la novela. Lo que Bayly define como objeto primordial de su sátira es la personalidad contradictoria de Vargas Llosa (García Márquez es un personaje secundario de la novela, que está enfocada en Mario y Patricia). En su sarcástica opinión, Varguitas se muestra implacable con los fallos de los demás, por ejemplo con el supuesto traspié de García Márquez, que se permitió señalar con nada menos que una trompada, pero al mismo tiempo olvida sus propios deslices e incorrecciones, mal marido, mujeriego y escritor egocéntrico, y, en lugar de reírse un poco de sí mismo, se enoja con todo aquel que no se comporte respecto a él según su imagen pública, de prohombre peruano y héroe cultural universal. Al hacer esta sátira, al permitirnos ver y oír al autor de “Conversación en La Catedral” depilando el pubis de una actriz, entre otras travesuras, Bayly retoma su característico ironizar sobre la élite de su país, encarnada esta vez en el más célebre de sus hijos.
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